viernes, 27 de febrero de 2009

La pura verdad

Su papá quería un hijo varón. Pero en lugar de Martín Ezequiel, tuvieron que llamarla Tamara. Nació en plena Guerra de Las Malvinas, un primero de junio de 1982.
A los dos años de edad empezó a usar anteojos porque, según los médicos, los celos que había sentido por el nacimiento de su hermano le provocaron astigmatismo e hipermetropía.
Fue a un colegio de monjas hasta 5º grado. Al año siguiente, y hasta terminar la escuela secundaria, cursó en un colegio mixto.
Acostumbrada a la escuela de mujeres solas, no entendía cómo sus compañeros bailaban las baladas del dúo Roxette o de los Guns N´Roses con tan poca distancia entre ellos.
A los 17 empezó la carrera de Medicina. Al año siguiente decidió abandonarla y abstraerse en el mundo de la Filosofía en la UBA, donde estudió durante dos años.
Tamara había descubierto que además de médica o filósofa, quería ser maquilladora, politóloga, psicóloga, un teletubi, bailarina, y entonces, después de varias terapias, y en un sano intento por hacer coincidir todos sus objetivos, se abrió al teatro. Actualmente es estudiante de periodismo.

martes, 24 de febrero de 2009

Un tipo

Caminaba con un cigarrillo encendido y sobre los espejos que vestían las paredes llenas de humedad, dos carteles recordaban que en la Capital está prohibido fumar.
Cuando se paró frente al televisor, apuntó con el control remoto, y sin vacilar, dejó la pantalla roja de Crónica.
Hacerle un pedido era más incómodo que verlo cada vez que se rascaba la panza por debajo de la camisa percudida.
Un moño negro intentaba hermosearlo, pero su nudo era débil. Parecía llevar varios y agitados días con la misma ropa.
Nunca dijo “gracias”, y en cambio respondía con total convicción a un par de preguntas de actualidad.
En ciertos momentos, descansaba sobre una eterna mesada mugrienta.
Lo único colorido era un tacho de basura naranja del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que se veía desde la ventana.
El olor del rejunte de colectivos era aquel que vuelve conciente lo necesario que es el preciso momento en que se respira.
Sus zapatillas eran pesadas, negras, y le acaloraban esos pies que arrastraba cada vez que iba de un lado al otro.
Tenía pocos dientes. Menos de 32, seguro. El tono de voz con el que hablaba era uniforme. Pronunciaba todos los platos de memoria. No los ofrecía, los repetía.
Estaba enojado, pero desde hace años. Eso decían sus ojos, que de tan saltones parecían dolerle en la cara.
El pantalón, que probablemente había sido de una persona más rellena que él, se arrugaba en la parte de la botamanga.
Todo lo que estaba dentro de esos metros cuadrados no tenía menos de veinte años, y él les llevaba, como mínimo, cuatro décadas.
Dentro del bolsillo de la camisa con la que tal vez había repasado alguna que otra mesa, guardaba una birome azul pegoteada, un par de anteojos medio lente que en ningún momento usó, y un blister de aspirinas.
Una pregunta le volvió la cara algo más amigable. Cobró cierto aire de Hamlet (aunque de Liniers), cuando cuestionó si el vino que tomarían dos choferes de quién sabe qué línea de colectivo, sería blanco o tinto.

sábado, 21 de febrero de 2009

Bambi me apena, pero no por eso tengo un ciervo en casa

Sabía que en algún momento iba a llegar la respuesta. No pensaba cómo, pero de haberme detenido un tanto, hubiera jurado que me iba a shockear viéndolo de la mano de otra por la Rivadavia. Sí, sólo por ahí. En verdad, cada vez que tomaba el 86 (que ahora es el 8) buscaba algún hueco en el tumulto y espiaba, o mejor dicho relojeaba con total descaro si él estaba o no caminando por la avenida al 8 mil. Él vive por esa zona, creo.
Pero no me desayuné así. Hace algo menos de un mes, se me dio (¿enhorabuena?) por agregar a su hermano al bendito Facebook. Claro está que antes lo busqué a él pero no lo encontré. No sé qué hubiera hecho. Pero con su hermano me atreví. Y él me aceptó. Por supuesto no dejé de ver ni una sola foto. Las recorrí todas. En ninguna lo vi.
Esta tarde inicio mi sesión tan inocentemente que lo que le siguió fue lo mismo que imaginé sentiría si lo hubiera visto con otra de la mano caminando por la avenida más larga del mundo. Leo entonces que habían “etiquetado” (léase como a quien lo señalan con el dedo) al hermano en una foto. La abro y lo veo con un look medio de los 70. Él también me había gustado bastante aquella noche en que los conocí a los dos. Pero se me dio por bailar con Diego.
De nuevo la foto: él con una barba como la que lucían los Beatles en sus retiros espirituales a la India. Al lado, su novia Natalia. No la conocí pero alguna vez me la habían nombrado. Quedan lindos juntos. A la izquierda de esta chica, otra más. Pero raro. O hubiera sido raro que no me llamara la atención. Cualquier cosa que tuviera que ver con ella siempre (pero siempre) me tocaba el hombro antes de saber que se trataba de Josefina. No sabía que Josefina era Josefina. Primero supe que había alguien llamado “Bambi” porque leí un mensaje de texto. Fueron varios en verdad, y no me provocaban celos. Era miedo. Y eso es peor. Porque para sentir celos hay una sensación (o creencia) de pertenencia (esto es mío, mío y mío). No me pasaba eso. O no quería. Dejé que pasara.
Al tiempo, chusmeé por segunda vez el celular. Y el Bambi estaba de nuevo en la bandeja de salida y de entrada de su aparato. Miedo otra vez.
Todavía no sabía si Bambi era un hombre o una mujer. Anoté el número para llamar cuando tuviera coraje. O más dudas. Cuando una hace esas cosas que se supone no están muy bien (porque revisaba a escondidas algo ajeno), saben raro: mezcla ese miedo de ser descubierto pero saber que al otro lo estás pasando por arriba, que te salís con la tuya, que le ganaste en eso. Porque él siempre me ganaba (cómo me bailaría una canción ochentosa con él). Y a Bambi la llamé. Sí, "la", porque era mujer. Me atendió una voz bastante aguda que estiró un hola. Tiré un nombre:
- ¿Lorena?
- Nooo, Josefinaaa.
Ahora sabía que Bambi era mujer y que se llamaba Josefina. Cuando le pregunté a él quién era, me dijo que había salido con ella durante el verano anterior pero que no había sido nada importante. Que no era el tipo de mujer que le gustaba. Me contó también que era fotógrafa y que estudiaba filosofía en Puán. No sonaba antipática, pero me cayó como un monstruo.
Pasó un tiempo y con Diego ya no nos veíamos: no me aceraba hasta su casa los jueves y los sábados a cenar y, de vez en cuando, despertarme con él. Quedaron unos cedés míos en su casa y el soquete de un par. Nada más. Y los quería recuperar. Entramos en un tira y afloje vía mails para vernos e intercambiar lo que correspondía. Yo insistía más. Siempre fue así.
Pasaban los días y fueron meses. Era verano y seguía sin Björk, Rita Lee y Pedro Aznar. Cuando el encuentro dejó de ser un histeriqueo y había tomado forma de realidad, me canceló otra vez. No entendí. Y supe (de corazonada nomás) que estaba con ella. Tenía el número de cuando quise saber cuál era su género. Así que llamé, pero no para hablar con ella, sino para que lo pusiera a él al teléfono.
(Música que sonaba a ruido)
-¿Josefina?
–Siii.
-¿Me pasás con Diego por favor?
No me preguntó quién era ni por qué preguntaba por él pese a que el celular era suyo. Diego sí quiso saber quién era. Ella no sabía qué responder y le pasó el teléfono. Hablamos más de media hora. Él perdió más de media hora de recital. Pero yo más. Siempre perdía con él.
Al otro día o a los días nos devolvimos las cosas en el medio de Rivadavia. Hubo algunas declaraciones pero de cuestiones que, al parecer, no pesaron demasiado. No hubo café, ni cerveza, ni algo en particular que nos juntara de nuevo. Dijo que lo había complicado un poco, pero más que nada porque había tenido que dar una serie de explicaciones cuando en verdad su relación con ella no lo ameritaba.
Ahora lo vi en las fotos. Ella le invadía la cara con un beso de mejilla. Y él se dejaba. Se dejó besar y tomarse fotos. Los vi en varias. Pensé que iba a ser de la mano de cualquier otra por la Rivadavia. Pero también una espera que le cuenten qué es lo que está pasando, y no andar cual agente de servicio de inteligencia detrás de una verdad recortada. Porque siempre lo supe por partes: el hilo conductor, el que da lógica a su historia, lo encontré yo. La mía con él fue un video clip.
A ellos se los ve felices. Él está igual. Ella no es linda. Alguna vez me confesó que no era el tipo de mujer que le gustaba. Pero digo, Diego, ¿habrá sido su talento para fotografiar? Ella es buena. En Internet está lo que hace. También beso a un fotógrafo de vez en vez. Sé que le di el visto bueno porque adoro sus fotos. No por eso lo traigo a casa.
A Diego, recuerdo, me lo comía. Cómo me lo comería. No me cansaba de besarlo.

lunes, 9 de febrero de 2009

Cualquier semejanza con tu realidad, es pura coincidencia

En honor a los caídos en aquel combate, van tres mails: el mío, la respuesta del fulano y otra mía.

Lunes 22 de diciembre de 2008
Siempre pretendo ser medida en los romances y sus derivados, más de lo que puedo, y me encuentro lidiando entre una sarta de cosas por decir y para hacer y sin saber por dónde canalizarlas, y una mesura totalmente impuesta que mete todo lo que quiero quién sabe dónde.
Esta vez me doy rienda suelta, y aunque no comprendo por qué demonios me cortaste el teléfono hace unos minutos largos, eternamente largos, he decidido tipearte unas líneas.
Si hiciera un trabajo de campo y les preguntara a un puñado de mujeres qué actitud hubieran tomado frente a lo que pasó anoche, sacaría en limpio que no merecés más que un par de puteadas. Sin embargo, y aunque no soy (ni aspiro a) ser la señorita más buena del mundo, necesito restar un poco el sabor amargo que me quedó y comentarte, en un acto de total sincericidio, que me hubiera encantado que fueras vos mi compañero de copas con quien bebí definitivamente más de lo que podía.
Según el protocolo de las relaciones humanas, no debería arrimarme ni un poco más y seguir tirándole piedras a esta situación que rompe hasta con el principio de fluidez, pero me cargo querido la cara con dureza y me atrevo no sólo a decirte que nuestra cita sigue en pie sino que todo lo que estás viviendo, y me refiero a tus músicas, pese a que parezca lo más espantoso del mundo, es necesario para que nazcan otras cuestiones que tal vez, hasta el momento, las tenías aquietadas, como muertas.
Besos, aunque me queden cortos.

Lunes 22 de diciembre de 2008
Prefiero hablar aunque sea por tel, pero bueno, mejor que despiertes con al menos una respuesta escrita. No te atendí el teléfono porque estaba manejando por la ciudad capital, y cuando llegué a casa ya era muy tarde para andar jodiendo. Más allá de tu llamado, pensaba hacerlo lo mismo mañana o pasado. Como te dije anoche, entiendo si te enojás, si me puteás, o si no lo haces. Vos me conociste en mi versión estudiante deperiodismo/cronista del Gran Diario, pero la verdad de la milanesa es que antes que todo eso toco la guitarrita y esas cuestiones bastante bohemias en la superficie y que no llevan a nada pero que, en el ámbito del rock y tomadas en serio, consumen muchísimo tiempo y hasta (o mejor dicho, sobre todo) requieren de un compromiso insólito para el 95% de los mortales. No es fácil de entender el entramado, y por eso no te culpo, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de en una secuencia que no pediste ni mucho menos. Fue tanta la mala suerte, pero tanta, que caiste justo esa noche. Lo pienso y me causa gracia (soy un tipo con fortuna peculiar, verás). Pasando en limpio: por más que no me guste escribir esto, si se repitiera la escena, volvería a actuar igual. No sé. Por ahí soy más complicado de lo que pensaba. No obstante, lo cierto es que lamento mucho lo sucedido, de veras. No sé qué onda todo esto, ya vino raro desde el minuto cero, pero de mi parte no puedo hacer más que darte una merecidísima explicación como mejor me salga, dentro de este contexto de súper mambo por el cual estoy pasando. En fin. Ah, sí, dejé el grupo. Dos más también lo hicieron. Fue todo muy poco elegante. Una lástima. Te mando un beso.

Martes 23 de diciembre de 2008
Nenete, en mi haber hubo más músicos que periodistas, así que comprendo cada una de tus palabras y actitudes. Por lo demás, si quise conversar con vos anoche no fue para carajearte ni mucho menos, sino como para darle una vuelta al encuentro medio abortado y rebajar tu sentimiento de culpa para mi sinsentido (aunque demuestra camaradería de tu parte). Tus motivos para no irte del lugar conmigo son más que válidos. De veras. Nunca pensé otra cosa. Cualquier persona en su sano juicio hubiera actuado así y aceptaría que otro lo hiciera.
El vodevil que se ha dado entre nosotros no me parece de mal gusto, para nada. Si bien todo podría ser menos espaciado, sonrío cuando recuerdo ciertas escenas del sábado. Lo que confesé por escrito en el mail de ayer no fue más que un anhelo navideño, tomalo como el estribillo de algún bolero que nunca implicó un reproche por no haber terminado conmigo entre copas.
Antes de darnos de baja, refrescaría esto con una cita. De cualquier forma, hasta acá fue un placer.