domingo, 20 de septiembre de 2009

Rivadavia al 9700, por favor

Borracha en un taxi que paré en Palermo, lo único familiar es una voz nasal que se dice víctima de un dios frágil y temperamental. Qué descuidada: podría haber esperado el llamado que me prometieron. Qué pena si lo hubiera hecho porque mi teléfono nunca sonó.

A mi mamá le prohibieron escribir con su mano izquierda aunque eso le resultara más cómodo. Mi papá todavía cree que un empresario puede gobernar un país.

Pienso en esa mujer que piensa en lo que debe estar pensando el tipo en cuestión, por más que él sea pasajero (como todo, como casi todo). Y me acuerdo de la que calcula que hoy le conviene depilarse porque ayer se le fue la menstruación. Y me acuerdo de su cara, preguntándome (preguntándose) por qué él había estado con dos la misma noche, y que ninguna fuera ella, que era la tercera, y para mí la más linda.

Suenan unos tacos a metros mío. Son hombres que calzan zapatos eternos, que todavía no sé cómo los caminan.