domingo, 19 de abril de 2009

Periodismo de investigación

Ahora las personas tienen una orientación bien diferente: quieren sexo con insectos. No se trata de zoofilia porque no lo hacen con mamíferos, sino con cucarachas y peludos, unos gusanos grandes y negros sin ojos. De vez en cuando hay alguna paloma.

Esa noche iba a visitarme una amiga. Como ella adora tener sexo a la nueva usanza, estuve todo el día dejando que mi casa se llenara de bichos. Así que dejé las ventanas y las puertas abiertas para tener qué convidarle. Si bien me sentía muy incómoda y rodeada entre mis propias paredes, quería que todo estuviera perfecto. Me habían pasado páginas web que hablaban de la nueva tendencia. Nunca entendí cómo alguien podía besar y acariciar a estos especímenes que ahora estaban en auge. Pero no sólo por lo asqueroso e inmundo de agarrarlos y hacer lo que se le ocurriera con ellos, sino por una cuestión de tamaño.

Estuve todo el día controlando que los insectos no se escaparan. No los toqué, pero los rodeaba con mis ojos. Ella nunca llegó.

Sin respuesta

En la avenida de Mayo sonaba Mercedes Sosa, y mientras cantaba que todavía esperaba y soñaba, diferentes agrupaciones políticas y de derechos humanos marcharon desde Congreso hasta Plaza de Mayo y reclamaron por la aparición con vida de Jorge Julio López, testigo clave en el juicio contra el ex policía Miguel Etchecolatz por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura.
“¿Pasaron dos años ya?”, preguntó más de uno el 18 de septiembre cuando se enteraba del tiempo transcurrido desde la desaparición de López. El Gobierno fue el principal receptor de la mayoría de las críticas, y el caso puso en tela de juicio al régimen de protección a testigos en las causas sobre derechos humanos: dos años atrás ni el Poder Judicial ni el Ministerio Público Fiscal cuidaron la integridad del albañil platense que había sido querellante en el juicio contra el primer acusado por genocida una vez derogadas las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
Según la familia López, la Justicia tendría que “haber brindado garantías a sus justiciables una vez hechas las declaraciones” y pide que “se investigue a su entorno”. Desde el momento en que López desapareció, los Organismos de Derechos Humanos les adjudicaron un secuestro a los miembros de fuerzas de seguridad mientras el entorno de López creía (o quería creer) que en estado de shock traumático había ido a un cementerio de General Villegas para reencontrarse con sus padres. A partir de diversas denuncias, hubo más de un procedimiento policial que terminó sin un resultado concreto. A fines de ese mismo año, la desaparición de Luis Ángel Gerez sorprendió al país durante las 48 que duró por la similitud con el caso López: albañil y militante peronista que con su declaración había impedido la asunción como diputado nacional del ex comisario y represor Luis Patti.
Del caso Gerez se dijo que había sido un autosecuestro y también que lo habían armado con fines políticos resaltando que el ex presidente Néstor Kirchner se beneficiaría con la reaparición del hombre después de la frustrante ausencia de López durante su gestión.
De Jorge Julio López nadie sabe nada o bien algunos pocos saben demasiado. En un principio, el Gobierno bonaerense ofreció una recompensa de 200.000 pesos para quien brindara información sobre el paradero de López. El año pasado la cifra llegó al millón de pesos. Lo único cierto es que el silencio que genera no saber nada de alguien no se tapa ni con el barullo de las marchas.

sábado, 18 de abril de 2009

Sexo en el séptimo arte

A pocos metros de la confitería porteña Ideal y con el mismo nombre de este legendario bar, se esconde, detrás de puertas de vidrio espejado, un cine que proyecta estrenos porno todos los días de la semana a partir de las nueve de la mañana y hasta la medianoche.

Con una entrada de catorce pesos, el público, mayor de 18 años, puede ingresar a cualquiera de las cinco salas y en el momento que quiera.

El boletero, además de permitir el acceso y, en lugar de ofrecer pochoclos, entrega un manojo de papel higiénico. Tampoco pide que los teléfonos celulares permanezcan apagados: suena un ring tone. Un hombre acomoda su voz y responde: “por el momento, no estoy dando turnos.”

Los dueños del cine Ideal prohíben a sus empleados hablar acerca de lo que pasa: “es gente reservada, hay muchos de trampa y cuidamos sus identidades.”

Las salas son, como en el resto de los cines, oscuras, con pantallas enormes y butacas de cuerina, salvo que en tres de ellas dan films con actores porno heterosexuales, y en las otras dos, películas para gays.

Estar demasiado tiempo sentado mirando una misma película con un argumento que poco importa es más extraño que levantarse de la butaca aunque la cabeza le tape la pantalla al resto de las personas.

Es un público escaso y nómada: menos de quince personas caminan por el Ideal hasta dar con la escena que más los excita.

La actitud de ocultamiento pertenece al estereotipo de una vida estructurada que encuentra el goce en observar. Ellos sienten que el placer está en mirar y masturbarse.