viernes, 3 de agosto de 2012


Feliz matrimonio embarcado se quiere bien, son jóvenes y audaces.
Buscan nuevos destinos exóticos con gente linda, excéntrica y colorida.
Quieren probar comidas agridulces, encantar sus paladares con recetas novedosas. Probar cómo sería travestirse y caminar por calles ajenas a sus tierras.
Ella es fanática del aloe vera, de las artesanías doradas y de las fotos viejas.
Él compra libros de diseño gráfico y usa lentes con marco de pasta, grandes y negros.
Mi problema no es grande, más bien lo que me pasa es que no sé qué hacer con él. Entra en mi vaso de agua, donde me ahogo todas las noches, lo derramo y al otro día lo vuelvo a cargar.
Duermo en la habitación más chica del mundo. Huele a espiral y nunca entra nada ni nadie, ni sol ni buena suerte. 

Sinceridad


Pero si yo sí soy buena gente, buena leche, como se dice. A mí te me ponés adelante, y si hay algo que no me gusta de vos, te lo digo y a otra cosa. Es cierto que alguna que otra vez tuve que pedir disculpas, pero en el fondo, bien conmigo, sé que lo que dije fue toda la verdad y nada más que la verdad. Por eso estoy sola. Yo me tuve que sincerar hasta con la psicóloga. Le dije que ella era en verdad la que me necesitaba para probar sus teorías, y después de eso no hubo vuelta atrás.
 Ahora tiro las cartas en Plaza Italia. No soy adivina. Soy sincera. Yo te digo lo que veo. Eso sí, siempre cobro por adelantado.

sábado, 18 de febrero de 2012

Hay que apagar un incendio


José María Puertas es un hombre alegre. Está felizmente casado y es padre de dos hermosas criaturas. Viven juntos y entre risas en una casa de dos pisos ubicada en la calle principal del pueblo, a media cuadra de la plaza.
José María es diestro y tiene buena letra. Su sonrisa es amplia, blanca y completa: no le falta ningún diente y todos son suyos.
Gerencia el departamento de Recursos Humanos del único banco del municipio.
En diciembre pasado cumplió 40 años. Dio una gran fiesta y todo salió de maravillas. La asistencia de sus amigos, gente muy feliz también, fue impecable. ¿El catering? Una verdadera delicia, acompañado por buena música y tragos suaves.
La mujer de José María también es adorable.
Durante los veranos, él huele a frescos cítricos. En invierno, a chocolate y madera.
José María es emocionalmente estable y el hijo preferido de su madre, excelente vecino y buen ciudadano.
Pero lo que en verdad logra henchirle el pecho de orgullo es pertenecer al Cuerpo General de Bomberos Voluntarios. Los llamados apresurados, cada corrida, todos los rescates y sus respuestas eficaces.
Esta mañana dijo a su mujer. “Es raro. Mi dicha radica en el tormento de otros, ¿no crees?”.
Ella, con excedida sonrisa, respondió: “Adoro tu traje de bombero voluntario”.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Entre amigas

Cuando conocí a Ale, lo besé porque estaba soltera y borracha. Cuando lo volví a ver (estando sobria) no me gustaba físicamente (no estaba dentro de los parámetros de hombres que a mí me gustaban).
Cenamos en el barrio Chino. Recuerdo que llegó después que yo (me hizo esperar) y con una campera de cuero que olía a vaca (no se si sabrás pero tengo cierto costado vegetariano -tenemos que ahondar más entre nosotras-).
Era pleno agosto del año en que brotó la famosa gripe porcina, y él, muy holgado de cuerpo, me dijo que nunca había usado alcohol en gel. Un cochino.
A todo esto nos bajamos un sake, caliente como la San Puta, y no sólo porque ya estabamos bastante borrachos, no paramos de reírnos: nos causaban gracia hasta las botellas vestidas con tejidos que tenían los orientales en el mostrador.
Imaginate que cada vez me copaba más. Pero todavía no lo veía lindo. Sólo había algo en el aire (y acá les tiene que sonar un Love is in the air, everywhere I look around).
Ni les cuento cuando, a modo de broma, me dijo que tenía dientes postizos. Se lo creí y todo, porque pensé por dentro: claro, si es mucho mayor que yo.
Como sea, salimos del restaurante y ya en la puerta me dice que nos vayamos a su casa. Después de decirle varias veces que no, me convenció cuando le dije que iba sí y sólo sí me invitaba con un vino (la piba tenía en la cabeza esta pavada de si en la primera cita es mejor garchar o no, y no porque nunca lo hubiera hecho sino por esta cuestión de la estrategia, de la cabeza, de no confiar en la propia vida).
Bueh, así que agarré viaje, y fuimos caminando hasta la parada del 41, la línea que nos lleva a Carapachay, que está a varias cuadras de donde cenamos, y de las cuales unas cuantas son en subida. Tendrían que haberme visto cómo me quedé sin aire (sí, que me ahogué) después de dar una eterna serie de explicaciones de por qué me parecía que estaba bueno esperar un poco para garchar cuando uno recién se conoce.
Pero terminamos dándonos con todo en un colchón tirado en el comedor porque en la pieza hacía un frío que ni les cuento. Sin embargo, y en medio de aquel frío polar (en Carapa baja un poco más la temperatura porque no hay construcciones altas), yo comprobé que podía tener orgasmos con un tipo. Y él me besaba divino. Y compartíamos muchas cosas, desde las más cotidianas como ser gustos musicales hasta las más profundas como la filosofía de vida.
Así y todo, tampoco era que el tipo rajaba mis tierras. Pero yo les juro que no sé bien ni cómo ni cuando, empezó a encantarme tanto tanto que es el día de hoy que lo miro y lo veo precioso. Y me dan ganas de besarlo todo el tiempo y hasta en algún momento llenarme de hijos de él. Nunca pensé que iba a volver a su casa y mucho menos que terminaríamos conviviendo.
Todo fue una producción de nuestras vidas. Porque yo, con la cabeza, iba a terminar sola:  no iba a hacer más que repetir relaciones similares a las que tenía, sólo que con otro.
Disfrutá m´hija.

miércoles, 13 de abril de 2011

Sí, quiero

En cuanto llegué al Civil, la encontré a Lorena Parks vestida con pantalón, camisa blanca, chaleco y corbata, y en la mano llevaba un ramo de fresias que no soltó ni para saludarnos.  Aunque al principio no se dejó abrazar demasiado por temor a que despeinásemos su eterna melena rubia, con el correr de la tarde pude pegarle más de un apretón.
La ceremonia en sí fue muy emotiva. Lloré pero también me reía en simultáneo.
Llegué tarde a la arrojada de arroz porque me quedé tomándole una foto a Carolina en una pared que tenía dibujado un corazón violeta y unas letras que decían “sí, quiero”. Pasa que ella está sola y sí quiere casarse, entonces le dije que lo hagamos porque sería como una afirmación, como un diálogo con el Universo.
Salvo Caro, que se fue en cuanto terminó la unión por civil, terminamos todos en la terraza del departamento de la pareja comiendo sándwiches de miga de la caja de Mr. Miga, brindando champagne en vasitos de plástico y metal, y cortando una torta enorme de Maru Botana. ¿Los muñecos de torta? Una mujer que sólo tenía puesto un portaligas blanco y una corona en la cabeza copulaba de parado con un hombre que estaba totalmente desnudo. Creo que él conservaba el moño.
A mí, a la primera de cambio y con el sol dándome de lleno en la cabeza, me subieron las burbujas y creo haberme fumado, de borracha nomás, 4 cigarrillos mínimo, de los cuales 2 fueron convidados.
La mayoría de los invitados eran rosarinos, así que mucho canalla de acá y canalla de allá. También había empleados del Estado con su paz algo envidiable.
A las 4 de la tarde la flamante pareja estaba por dejar el barrio para viajar a Rosario, así que terminé caminando bastante borracha por los outlets de Córdoba y Scalabrini Ortiz.
¡Ah! También hubo una secuencia muy de Almodóvar, porque cuando llegamos al edificio no funcionaban los ascensores y tuve que subir 14 pisos por la escalera con dos chicas que, en su momento y a modo de broma, Parks me había dicho que eran tortas.
En concreto: me emocioné pero no sólo porque sea una mujer fácil y floja de lágrimas, sino porque fue un casamiento sencillo y concreto. Muy sentido.