jueves, 22 de diciembre de 2011

Entre amigas

Cuando conocí a Ale, lo besé porque estaba soltera y borracha. Cuando lo volví a ver (estando sobria) no me gustaba físicamente (no estaba dentro de los parámetros de hombres que a mí me gustaban).
Cenamos en el barrio Chino. Recuerdo que llegó después que yo (me hizo esperar) y con una campera de cuero que olía a vaca (no se si sabrás pero tengo cierto costado vegetariano -tenemos que ahondar más entre nosotras-).
Era pleno agosto del año en que brotó la famosa gripe porcina, y él, muy holgado de cuerpo, me dijo que nunca había usado alcohol en gel. Un cochino.
A todo esto nos bajamos un sake, caliente como la San Puta, y no sólo porque ya estabamos bastante borrachos, no paramos de reírnos: nos causaban gracia hasta las botellas vestidas con tejidos que tenían los orientales en el mostrador.
Imaginate que cada vez me copaba más. Pero todavía no lo veía lindo. Sólo había algo en el aire (y acá les tiene que sonar un Love is in the air, everywhere I look around).
Ni les cuento cuando, a modo de broma, me dijo que tenía dientes postizos. Se lo creí y todo, porque pensé por dentro: claro, si es mucho mayor que yo.
Como sea, salimos del restaurante y ya en la puerta me dice que nos vayamos a su casa. Después de decirle varias veces que no, me convenció cuando le dije que iba sí y sólo sí me invitaba con un vino (la piba tenía en la cabeza esta pavada de si en la primera cita es mejor garchar o no, y no porque nunca lo hubiera hecho sino por esta cuestión de la estrategia, de la cabeza, de no confiar en la propia vida).
Bueh, así que agarré viaje, y fuimos caminando hasta la parada del 41, la línea que nos lleva a Carapachay, que está a varias cuadras de donde cenamos, y de las cuales unas cuantas son en subida. Tendrían que haberme visto cómo me quedé sin aire (sí, que me ahogué) después de dar una eterna serie de explicaciones de por qué me parecía que estaba bueno esperar un poco para garchar cuando uno recién se conoce.
Pero terminamos dándonos con todo en un colchón tirado en el comedor porque en la pieza hacía un frío que ni les cuento. Sin embargo, y en medio de aquel frío polar (en Carapa baja un poco más la temperatura porque no hay construcciones altas), yo comprobé que podía tener orgasmos con un tipo. Y él me besaba divino. Y compartíamos muchas cosas, desde las más cotidianas como ser gustos musicales hasta las más profundas como la filosofía de vida.
Así y todo, tampoco era que el tipo rajaba mis tierras. Pero yo les juro que no sé bien ni cómo ni cuando, empezó a encantarme tanto tanto que es el día de hoy que lo miro y lo veo precioso. Y me dan ganas de besarlo todo el tiempo y hasta en algún momento llenarme de hijos de él. Nunca pensé que iba a volver a su casa y mucho menos que terminaríamos conviviendo.
Todo fue una producción de nuestras vidas. Porque yo, con la cabeza, iba a terminar sola:  no iba a hacer más que repetir relaciones similares a las que tenía, sólo que con otro.
Disfrutá m´hija.

No hay comentarios:

Publicar un comentario