sábado, 21 de febrero de 2009

Bambi me apena, pero no por eso tengo un ciervo en casa

Sabía que en algún momento iba a llegar la respuesta. No pensaba cómo, pero de haberme detenido un tanto, hubiera jurado que me iba a shockear viéndolo de la mano de otra por la Rivadavia. Sí, sólo por ahí. En verdad, cada vez que tomaba el 86 (que ahora es el 8) buscaba algún hueco en el tumulto y espiaba, o mejor dicho relojeaba con total descaro si él estaba o no caminando por la avenida al 8 mil. Él vive por esa zona, creo.
Pero no me desayuné así. Hace algo menos de un mes, se me dio (¿enhorabuena?) por agregar a su hermano al bendito Facebook. Claro está que antes lo busqué a él pero no lo encontré. No sé qué hubiera hecho. Pero con su hermano me atreví. Y él me aceptó. Por supuesto no dejé de ver ni una sola foto. Las recorrí todas. En ninguna lo vi.
Esta tarde inicio mi sesión tan inocentemente que lo que le siguió fue lo mismo que imaginé sentiría si lo hubiera visto con otra de la mano caminando por la avenida más larga del mundo. Leo entonces que habían “etiquetado” (léase como a quien lo señalan con el dedo) al hermano en una foto. La abro y lo veo con un look medio de los 70. Él también me había gustado bastante aquella noche en que los conocí a los dos. Pero se me dio por bailar con Diego.
De nuevo la foto: él con una barba como la que lucían los Beatles en sus retiros espirituales a la India. Al lado, su novia Natalia. No la conocí pero alguna vez me la habían nombrado. Quedan lindos juntos. A la izquierda de esta chica, otra más. Pero raro. O hubiera sido raro que no me llamara la atención. Cualquier cosa que tuviera que ver con ella siempre (pero siempre) me tocaba el hombro antes de saber que se trataba de Josefina. No sabía que Josefina era Josefina. Primero supe que había alguien llamado “Bambi” porque leí un mensaje de texto. Fueron varios en verdad, y no me provocaban celos. Era miedo. Y eso es peor. Porque para sentir celos hay una sensación (o creencia) de pertenencia (esto es mío, mío y mío). No me pasaba eso. O no quería. Dejé que pasara.
Al tiempo, chusmeé por segunda vez el celular. Y el Bambi estaba de nuevo en la bandeja de salida y de entrada de su aparato. Miedo otra vez.
Todavía no sabía si Bambi era un hombre o una mujer. Anoté el número para llamar cuando tuviera coraje. O más dudas. Cuando una hace esas cosas que se supone no están muy bien (porque revisaba a escondidas algo ajeno), saben raro: mezcla ese miedo de ser descubierto pero saber que al otro lo estás pasando por arriba, que te salís con la tuya, que le ganaste en eso. Porque él siempre me ganaba (cómo me bailaría una canción ochentosa con él). Y a Bambi la llamé. Sí, "la", porque era mujer. Me atendió una voz bastante aguda que estiró un hola. Tiré un nombre:
- ¿Lorena?
- Nooo, Josefinaaa.
Ahora sabía que Bambi era mujer y que se llamaba Josefina. Cuando le pregunté a él quién era, me dijo que había salido con ella durante el verano anterior pero que no había sido nada importante. Que no era el tipo de mujer que le gustaba. Me contó también que era fotógrafa y que estudiaba filosofía en Puán. No sonaba antipática, pero me cayó como un monstruo.
Pasó un tiempo y con Diego ya no nos veíamos: no me aceraba hasta su casa los jueves y los sábados a cenar y, de vez en cuando, despertarme con él. Quedaron unos cedés míos en su casa y el soquete de un par. Nada más. Y los quería recuperar. Entramos en un tira y afloje vía mails para vernos e intercambiar lo que correspondía. Yo insistía más. Siempre fue así.
Pasaban los días y fueron meses. Era verano y seguía sin Björk, Rita Lee y Pedro Aznar. Cuando el encuentro dejó de ser un histeriqueo y había tomado forma de realidad, me canceló otra vez. No entendí. Y supe (de corazonada nomás) que estaba con ella. Tenía el número de cuando quise saber cuál era su género. Así que llamé, pero no para hablar con ella, sino para que lo pusiera a él al teléfono.
(Música que sonaba a ruido)
-¿Josefina?
–Siii.
-¿Me pasás con Diego por favor?
No me preguntó quién era ni por qué preguntaba por él pese a que el celular era suyo. Diego sí quiso saber quién era. Ella no sabía qué responder y le pasó el teléfono. Hablamos más de media hora. Él perdió más de media hora de recital. Pero yo más. Siempre perdía con él.
Al otro día o a los días nos devolvimos las cosas en el medio de Rivadavia. Hubo algunas declaraciones pero de cuestiones que, al parecer, no pesaron demasiado. No hubo café, ni cerveza, ni algo en particular que nos juntara de nuevo. Dijo que lo había complicado un poco, pero más que nada porque había tenido que dar una serie de explicaciones cuando en verdad su relación con ella no lo ameritaba.
Ahora lo vi en las fotos. Ella le invadía la cara con un beso de mejilla. Y él se dejaba. Se dejó besar y tomarse fotos. Los vi en varias. Pensé que iba a ser de la mano de cualquier otra por la Rivadavia. Pero también una espera que le cuenten qué es lo que está pasando, y no andar cual agente de servicio de inteligencia detrás de una verdad recortada. Porque siempre lo supe por partes: el hilo conductor, el que da lógica a su historia, lo encontré yo. La mía con él fue un video clip.
A ellos se los ve felices. Él está igual. Ella no es linda. Alguna vez me confesó que no era el tipo de mujer que le gustaba. Pero digo, Diego, ¿habrá sido su talento para fotografiar? Ella es buena. En Internet está lo que hace. También beso a un fotógrafo de vez en vez. Sé que le di el visto bueno porque adoro sus fotos. No por eso lo traigo a casa.
A Diego, recuerdo, me lo comía. Cómo me lo comería. No me cansaba de besarlo.

1 comentario:

  1. Que historia apasionante, podrías escribir el libreto para bambi 2. Si en la una matan a la mamá, en la dos podrían matar a bambi. Quizás bambi podría ser fotógrafa y alguien pone una bomba en la cámara.

    Igual como toda historia trágica, al morir bambi, Diego no vuelve con nuestra heroína, sino que se enamora de la hermana de bambi que es pintora.

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